Escondidas al revés
A Marcela
Empezó como un juego, nadie se los enseño.
Ellas las hermanas mayores
Tendrían sus 6 o 7 de tan seguidas que eran.
Y sus tres hermanos cinco, tres y uno.
No era que estuvieran alertas, no hacía falta,
Las sobresaltaba el miedo arraigado ya de pequeñas.
Ora un ruido seco, un golpe, un grito contenido,
Ellas lo distinguían, por mudo que todo fuese.
Y entonces comenzaba el juego, las escondidas.
Cada una sabía a quién tenía que esconder.
No sabían bien ni para que, ni por qué,
Pero sí Que hacer, innatamente: proteger,
Raudamente de la mano, o alzándolos los ocultaban,
Un armario, tras una puerta, ahí meterlo,
Algún lugar desde donde No pudiera Ver, oír,
O, desde donde Los pudieran ver.
Un juego de escondidas al revés,
Protegiéndolos de lo que ellas tendrían que ver.
Y jugaron el juego toda su infancia y adolescencia.
Cambiaron muñecas por plataformas,
Pero seguían alertas, experimentadas.
Ya no solo a las escondidas con sus hermanos menores,
Sino cansadas de ser pasivas testigos de tanta violencia,
Intentaron a veces ellas,
Frenar lo imparable; ¡intenciones de niñas!
En una batalla desigual e incomprensible,
Donde quien debía protegerlas las golpeaba.
Los años pasaron inmutables y trajeron cambios,
La adultez les mostró en sus errores, el trazo de esas huellas,
Pero la vida les hizo el mejor regalo,
Sin siquiera ellas pensarlo, sin pasar la cuenta.
Los niños de ayer, hombres hoy, juegan a las escondidas.
78,79 y 100 el que no se escondió, no se embroma,
Que de las zurras, y los golpes a sus hermanos menores
No les quedo memoria.
De una mamá golpeada y un papá que la ultraje,
Hoy se los cuento y les parece broma.
79, 100 el que no se escondió se embroma.
Claudia Mattenet
Diciembre 2015